
“El ritual es la regulación originaria de una “crisis sacrificial” que se va repitiendo periódicamente cuando, en un grupo, tras una temporada relativamente en calma, pugna por desembarazarse y salir a flote un nuevo período de violencia mimética. Entonces el rito brinda la solución siguiente: la elección unánime de una víctima para ofrecerla a la divina violencia.”
René Girard
René Girard es un autor atrevido, su escritura penetra la cultura, desprende la cáscara moral y jurídica de la sociedad para pensar directamente en las hendiduras oscuras del hombre. Incansable lector de Derrida, Freud, Stendhal, Cervantes y Shakespeare, notable académico en Stanford y unas de las mentes más brillantes de Occidente, René Girard busca ir directamente al origen de lo que Kant, ante la guillotina, llamó el mal radical. Su pensamiento y obra recuerda a Elías Canetti de Masa y poder, a E. M. Cioran de La escuela del tirano, a George Bataille de La parte maldita.
El fascinante trayecto intelectual de Girard analiza la violencia sin más referentes que la violencia misma: el sacrificio. ¿Cómo pensar el acto violento sin adjetivarlo? ¿Cómo mirar la escena original sin quedar ciegos como Edipo? ¿Cómo presenciar la muerte del chivo expiatorio sin sentir culpa? ¿Cómo asistir al hundimiento de la institución sin exponerse a la propia muerte? Girard responde en La ruta antigua de los hombres perversos (1985) que la violencia sólo puede ser pensada en todo su horror trágico desde el mito.
El mito es un límite entre lo posible y lo imposible, una línea entre la vida y la muerte, el origen de las distinciones culturales desde las cuales se crea la identidad y se instituyen las prohibiciones y las jerarquías sociales. Girad recurre al mito fundador de Roma para ilustrar su idea sobre la violencia. Los gemelos descendientes de Eneas, hijos del dios Marte y Rea Silva, son expuestos a la muerte en el río Tíber, pero sobreviven al ser cuidados por una loba, emergen desde lo indistinto de la naturaleza y trazan una línea con un arado para delimitar el espacio de la civitas de lo otro, de aquello que no es humano. Cuando Remo sale de la civitas, transgrede los límites humanos, se convierte en un dios omnipotente o un animal salvaje, abre el espacio humano a la ὕϐρις, al caos, a la violencia indiferenciada. Su muerte repara el límite roto, devuelve el poder a las denticiones entre el adentro y el afuera. Adentro lo que tiene significado y forma, la política. Afuera lo que no se comprende y es absoluto, es decir, lo sagrado.
Lo sagrado es un simulacro, una representación de lo absoluto de una violencia fundacional, histórica, real, escribe Girard en La Violencia y lo Sagrado (1972), que se olvida en el mecanismo repetitivo del rito. La vida en común es posible gracias al ritual que trae al presente nuevamente esa violencia original pero en forma de conmemoración, de fiesta, de gasto simbólico. Las celebraciones fundacionales del Estado nacional, son en ese sentido, la representación cívica de una crisis sacrificial: la Revolución Francesca, la Guerra Civil Española, la Revolución Mexicana, todas, son conflictos violentos mimetizados por el rito. Así surge el horizonte metapolítico de las instituciones, así emerge el sentido de la noche oscura de la memoria.
Girard no para ah, en Le sacrifice (2003) señala que una vez Instituida la sociedad, señalados los límites y prohibiciones, la fuerza del mito permite asegurar su continuidad y vigencia. Cuando el mito pierde fuerza, el límite se borra, la institución se hunde en el devenir. Aparece lo peor, retorna el absoluto y el hombre se vuelve el lobo del hombre como decía Hobbes. La violencia se propaga, devora las diferencias y jerarquías establecidas. Las calles están salpicadas de sangre. Es necesario para la sobrevivencia de la sociedad señalar a una víctima propiciatoria que condense todos los odios, que represente el mal radical, para ser perseguida, para ser sacrificada y purifique de nuevo la vida y se restablezca el sentido común. Sólo así el delirio persecutorio da paso a la razón; cura al hombre de su propio pesar.
El malestar social no siempre deviene en violencia. La catarsis colectiva puede ser alcanzada por simulacros sacrifícales que sublimen el odio, el resentimiento y la envidia. El juego es el mecanismo cultural por donde se evapora la violencia. El juego electoral de los partidos políticos, el juego deportivo de los equipos de futbol, el juego de hurgar en la vida privada de los favorecidos por la fortuna y la belleza, alimenta y satisface las pulsiones arcaicas del hombre. Gracias a Girard comprendemos que la eficacia de una sociedad para procesar la violencia se encuentra en la fuerza de sus mitos fundacionales. Socavar esos mitos es abrir lo humano a lo indistinto de la muerte. La actualidad de Girard es indiscutible. Volver a la lectura de sus obras es una tarea necesaria en estos tiempos indigentes donde la hiper realidad de la violencia consume lo que queda de nuestro sentido común.
El fascinante trayecto intelectual de Girard analiza la violencia sin más referentes que la violencia misma: el sacrificio. ¿Cómo pensar el acto violento sin adjetivarlo? ¿Cómo mirar la escena original sin quedar ciegos como Edipo? ¿Cómo presenciar la muerte del chivo expiatorio sin sentir culpa? ¿Cómo asistir al hundimiento de la institución sin exponerse a la propia muerte? Girard responde en La ruta antigua de los hombres perversos (1985) que la violencia sólo puede ser pensada en todo su horror trágico desde el mito.
El mito es un límite entre lo posible y lo imposible, una línea entre la vida y la muerte, el origen de las distinciones culturales desde las cuales se crea la identidad y se instituyen las prohibiciones y las jerarquías sociales. Girad recurre al mito fundador de Roma para ilustrar su idea sobre la violencia. Los gemelos descendientes de Eneas, hijos del dios Marte y Rea Silva, son expuestos a la muerte en el río Tíber, pero sobreviven al ser cuidados por una loba, emergen desde lo indistinto de la naturaleza y trazan una línea con un arado para delimitar el espacio de la civitas de lo otro, de aquello que no es humano. Cuando Remo sale de la civitas, transgrede los límites humanos, se convierte en un dios omnipotente o un animal salvaje, abre el espacio humano a la ὕϐρις, al caos, a la violencia indiferenciada. Su muerte repara el límite roto, devuelve el poder a las denticiones entre el adentro y el afuera. Adentro lo que tiene significado y forma, la política. Afuera lo que no se comprende y es absoluto, es decir, lo sagrado.Lo sagrado es un simulacro, una representación de lo absoluto de una violencia fundacional, histórica, real, escribe Girard en La Violencia y lo Sagrado (1972), que se olvida en el mecanismo repetitivo del rito. La vida en común es posible gracias al ritual que trae al presente nuevamente esa violencia original pero en forma de conmemoración, de fiesta, de gasto simbólico. Las celebraciones fundacionales del Estado nacional, son en ese sentido, la representación cívica de una crisis sacrificial: la Revolución Francesca, la Guerra Civil Española, la Revolución Mexicana, todas, son conflictos violentos mimetizados por el rito. Así surge el horizonte metapolítico de las instituciones, así emerge el sentido de la noche oscura de la memoria.
Girard no para ah, en Le sacrifice (2003) señala que una vez Instituida la sociedad, señalados los límites y prohibiciones, la fuerza del mito permite asegurar su continuidad y vigencia. Cuando el mito pierde fuerza, el límite se borra, la institución se hunde en el devenir. Aparece lo peor, retorna el absoluto y el hombre se vuelve el lobo del hombre como decía Hobbes. La violencia se propaga, devora las diferencias y jerarquías establecidas. Las calles están salpicadas de sangre. Es necesario para la sobrevivencia de la sociedad señalar a una víctima propiciatoria que condense todos los odios, que represente el mal radical, para ser perseguida, para ser sacrificada y purifique de nuevo la vida y se restablezca el sentido común. Sólo así el delirio persecutorio da paso a la razón; cura al hombre de su propio pesar.El malestar social no siempre deviene en violencia. La catarsis colectiva puede ser alcanzada por simulacros sacrifícales que sublimen el odio, el resentimiento y la envidia. El juego es el mecanismo cultural por donde se evapora la violencia. El juego electoral de los partidos políticos, el juego deportivo de los equipos de futbol, el juego de hurgar en la vida privada de los favorecidos por la fortuna y la belleza, alimenta y satisface las pulsiones arcaicas del hombre. Gracias a Girard comprendemos que la eficacia de una sociedad para procesar la violencia se encuentra en la fuerza de sus mitos fundacionales. Socavar esos mitos es abrir lo humano a lo indistinto de la muerte. La actualidad de Girard es indiscutible. Volver a la lectura de sus obras es una tarea necesaria en estos tiempos indigentes donde la hiper realidad de la violencia consume lo que queda de nuestro sentido común.


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