
A propósito de la celebración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana, la disputa sobre la escritura histórica se ha escalado contra el PRI, ya no desde la izquierda sino desde la derecha. A diferencia de la episteme del revisionismo critico de los años setentas, donde historiadores como Ramón Ruiz, Jean Mayer, John Hart, Arnaldo Cordoba, Friedrich Katz, Adolfo Guilly, Hans Werner Tobler, Xavier Guerra, buscaban comprender las causas, construcción, hegemonía y límites del régimen de la Revolución Mexicana por fuera del discurso del nacionalismo revolucionario, tejido por la historiografía de Jesús Silva Herzog, Marte R. Gómez y la síntesis macro de Frank Tannenbaum; hoy el gobierno en la pluma de Roger Bartra, Macario Schettino y Pablo Serrano, se disponen ha re-inventar una doxa de la historia, desde las aspiraciones y necesidades del ejercicio del poder político del PAN.
A partir de la alternancia política, la derecha entiende que la legitimidad del voto no basta para ser hegemonía, que el ejercicio político requiere de una historiografía que apuntale su proyecto nacional. Los embates al entramado ideológico priísta, es decir, al liberalismo y a la Revolución Mexicana, tienen como fin abrir un espacio simbólico a sus propios mitos de origen y destino, a su corriente histórica conservadora. Se configura así un collage inverosímil, donde coexisten las solicitudes de beatificación de José María Carlos Abascal con el pragmatismo ético de Carlos Castillo Peraza.
La derecha mexicana no tiene asideros ideológicos modernos, aceptables, heroicos. Tampoco puede construirlos, menos disputarle al PRI su simbolismo revolucionario. No le queda otro camino que buscar el desprestigio del origen popular priísta y abrirse al futuro desde los límites desencantados del presente.
La legitimidad revolucionaria priísta no está peleada con la legitimidad electoral como asegura José Antonio Crespo; los estudios de micro historia regional, han demostrado que el zapatismo instaló autoridades electas por democracia directa en Morelos, que el constitucionalismo inspirado en Madero llamó a elecciones para renovar los poderes públicos locales en plena guerra civil contra Huerta. La Revolución Mexicana ha tenido un profundo carácter social, se alimenta de los movimientos populares e ilustrados del corazón de la patria, hasta modificar el Estado como señala Alan Knight. La revolución es el motor del futuro. La modernización de México fue posible gracias a la transformación de las relaciones económicas y sociales del Porfiriato, a la confección de un nuevo consenso político. El PRI es una palanca del porvenir. Cuando dejó de serlo, cuando apagó el motor del crecimiento incluyente, perdió la confianza social. Recuperar esa confianza implica volver a ser el partido del futuro, de las grandes transformaciones, de renovación del pacto político que da sustento al Estado mexicano. Ser priísta significa estar abierto a las posibilidades del futuro, a ser un agente de cambio.
Actualizar está alianza partidista con las nuevas fuerzas sociales que emergieron a raíz de la globalización, poner en juego un nuevo proyecto de Estado, de recreación de lo público, acordar una agenda de desarrollo incluyente y sustentable para revitalizar la nación, son las acciones que habrán de poner al PRI a tiempo para ganar con votos el futuro inmediato.


No hay comentarios:
Publicar un comentario