

Vivimos rodeados de la posibilidad, no sólo de la presencia:Ernst Bloch



El mito es un límite entre lo posible y lo imposible, una línea entre la vida y la muerte, el origen de las distinciones culturales desde las cuales se crea la identidad y se instituyen las prohibiciones y las jerarquías sociales. Girad recurre al mito fundador de Roma para ilustrar su idea sobre la violencia. Los gemelos descendientes de Eneas, hijos del dios Marte y Rea Silva, son expuestos a la muerte en el río Tíber, pero sobreviven al ser cuidados por una loba, emergen desde lo indistinto de la naturaleza y trazan una línea con un arado para delimitar el espacio de la civitas de lo otro, de aquello que no es humano. Cuando Remo sale de la civitas, transgrede los límites humanos, se convierte en un dios omnipotente o un animal salvaje, abre el espacio humano a la ὕϐρις, al caos, a la violencia indiferenciada. Su muerte repara el límite roto, devuelve el poder a las denticiones entre el adentro y el afuera. Adentro lo que tiene significado y forma, la política. Afuera lo que no se comprende y es absoluto, es decir, lo sagrado.
Girard no para ah, en Le sacrifice (2003) señala que una vez Instituida la sociedad, señalados los límites y prohibiciones, la fuerza del mito permite asegurar su continuidad y vigencia. Cuando el mito pierde fuerza, el límite se borra, la institución se hunde en el devenir. Aparece lo peor, retorna el absoluto y el hombre se vuelve el lobo del hombre como decía Hobbes. La violencia se propaga, devora las diferencias y jerarquías establecidas. Las calles están salpicadas de sangre. Es necesario para la sobrevivencia de la sociedad señalar a una víctima propiciatoria que condense todos los odios, que represente el mal radical, para ser perseguida, para ser sacrificada y purifique de nuevo la vida y se restablezca el sentido común. Sólo así el delirio persecutorio da paso a la razón; cura al hombre de su propio pesar.
En 1994 quien esto escribe estudiaba Ciencia Política en la UNAM, eran tiempos vertiginosos, Occidente mudaba de piel debido a la caída del muro de Berlín, y México no era ajeno al movimiento de la historia. Recuerdo que dejé los estudios de ingeniería para estudiar aquello que empezaba a fascinarme: la política, la construcción del poder político, la vida en común.
La apertura política y económica como signo de modernidad. Aparecieron nuevas tecnologías de información que ponían el acervo del mundo al alcance de la gente; iniciaron los conciertos masivos de rock memorables como aquellos de Metallica, U2 y Pink Floyd; los valores de los mexicanos se hicieron más liberales: nuevas formas de familia, otras maneras de amar emergían a lo público, la pasión por la libertad sexual y política desembocaba en lecturas de Empedocles, Heráclito, Lucrecio, Kant, Madison, Nietzsche, Weber, Cioran, Heidegger, Canetti, Mann, Merleau-Ponty, Berlín. Los medios quisieron etiquetarnos, comparando a mi generación con la generación del 68, sentenciando que no teníamos historia, que no teníamos proyecto, que era la generación X. Nada mas equivocado. Mi generación se comprometió con el cambio democrático del país y hoy está comprometida con la búsqueda de nuevas formas de vida pública con justicia, equidad e igualdad.
En 1994 México estaba desgarrado entre dos formas de ver el poder político y proyectar el desarrollo del país: mercado sin democracia, democracia sin mercado. Ese era el debate central hace 15 años. En la Universidad mis profesores de izquierda, como Adolfo Guilly, Víctor Flores Olea, Arnaldo Cordoba blandían el arsenal conceptual de Hegel y Marx para criticar al neoliberalismo. A la derecha Federico Reyes Heroles buscaba refrescar el discurso académico con elementos sociológicos que permitieran pensar la transición democrática y construir una sociedad de mercado. En el centro, Fernando Pérez Correa, nos mostraba el camino del pensamiento libre y el análisis político de rigor metodológico para construir nuevas instituciones bajo la peculiaridad del país. Mi definición personal y académica fue por esta senda de pensamiento. Ayude en sus clases, asistí como alumno. Comprendí el valor de la libertad, de la fortaleza de las instituciones del Estado, estudie el proceso de modernización de Occidente y las peculiaridades sociales y culturales de México. A mi maestro Pérez Correa le debo gran parte de mi bagaje intelectual y ético; también mi definición política comprometida con el partido de la justicia social. 
En 1994 ser priísta en la UNAM era políticamente incorrecto. El PRI cargaba el estigma de las políticas de ajuste realizadas por el gobierno de De la Madrid y Salinas. La izquierda se preparó para cercar al Estado y presionar vía el EZLN por una reforma política que diera mayor competitividad a las oposiciones. La derecha no tenía proyecto pero abría de manera pragmática las puertas del poder a muchos jóvenes brillantes de mi generación. En esa coyuntura aparece el discurso de Colosio, fuerte, crítico, profundo: “veo un México con hambre y sed de justicia”. Se vislumbraba una apuesta nueva de conducción del país. Tomando lo mejor del mercado para construir una sociedad abierta y plural viendo lo profundo del país. Días después, en el municipio de Tlanepantla, Estado de México, salude a Colosio en un acto de campaña presidencial. El carisma del candidato envolvía a las bases priístas. Sin embargo, parecía que en las elites nacionales había un profundo desencuentro. Señales ambiguas, decisiones encontradas. Adolfo Guilly pronosticó con agudeza en el aula: la clase política priísta va hacia la ruptura violenta.
En 1994 una bala quebró esa posibilidad de cambio con justicia social. La violencia, el odio y la incertidumbre parecían devorar a las instituciones. Yo estaba en la Biblioteca Central, preparando unas tarjetas para una consultora donde laboraba, dando seguimiento a los discursos de Diego Fernández de Cevallos. Esa tarde el país se pasmó. Los activistas del PRD en el campus de la UNAM llamaron a reuniones urgentes a sus células para valorar la situación. Se decía que el candidato del PRI había sufrido un atentado. No había más datos. De manera inusual se reforzó la presencia de agentes de inteligencia en las facultades más politizadas. Camino al trabajo, en el transporte público, la gente ponía atención a las noticias. Se notaba asombro, el candidato del PRI ha sufrido un atentado en Lomas Taurinas, Tijuana. Avanzaba la tarde. Movimiento frenético en las calles de la Ciudad de México. El Estado procesaba la crisis política. Al llegar a casa mis padres y hermanos enfrente del televisor. Asustados, desconcertados. La primera pregunta fue: cómo estás, no te ha pasado nada, cómo está la calle. Los idus de marzo. Jacobo Zabludowsky da la noticia, sudando copiosamente de la frente, Colosio ha muerto.

Por la mañana, camino a la Universidad, los puestos de periódicos abarrotados. Información, la gente buscaba información. En la Ciudad Universitaria se difundía el rumor de la instalación del estado de excepción. Los grupúsculos radicales se preparaban para escalar un posible escenario de conflicto. La derecha enmudeció. Mi profesor de estadística, a mitad del examen, leía sin entender todos los periódicos nacionales. Angustiado preguntó: qué está pasando. A 15 años, aún se escucha esa pregunta que se ha vuelto un reclamo de justicia, de fin de la impunidad, de devolución a los ciudadanos y a las bases priístas de la verdad histórica sobre el trágico hecho.
Hoy para los jóvenes que asumimos en 1994 estar en el PRI, Colosio representa un compromiso de cambio, de pasión por un país mejor y sin pobreza, de que es posible una sociedad justa, renovada y democrática. Por eso el PRI no olvida a Colosio. Por eso Colosio vive.
"Movilicemos todo el partido, todo el tiempo y en todos los lugares".

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El PRI de Peña Nieto cumple a la sociedad, rinde cuentas, se compromete, es eficaz, incluyente y moderno. El priísmo mexiquense ha privilegiado el acuerdo, la palabra empeñada, el resultado concreto. Ricardo Aguilar Castillo, actual dirigente estatal, ha señalado que el PRI mexiquense es peñista y está listo para ganar la elección intermedia de este año:"La condición que tiene el Estado de México y más el proceso de conciliación que ha llevado el gobernador Enrique Peña Nieto por una parte, y su partido por otra, permite que otras fuerzas políticas vean atractiva la posibilidad de que el PRI pueda ganar espacios de poder y que esta alianza no debe quedarse sólo en el tema electoral, tiene que trascender a una alianza legislativa, en donde se pueda operar desde el Congreso, la línea política del gobernador, que se puedan hacer las transformaciones legislativas que requiere el estado".
Panorama pre-electoral
Será está una elección decisiva. Acción Nacional se juega la continuidad en Los Pinos, el PRD su reposicionamiento entre el votante desencantado y el PRI el control del Congreso. En tierras mexiquenses, el PRI va a ratificar la confianza ciudadana en su Gobernador. Ampliar los márgenes de gobernabilidad local y nacional. Construir un proyecto político incluyente y responsable.
El PRI ha colocado la eficacia y el empleo como los temas de la elección de medio periodo, es decir, busca que la elección mexiquense sea un plebiscito de la gestión del gobernador Peña Nieto. Para ello ha formado nuevos cuadros, colocando a jóvenes mexiquenses con capacidad de competencia política en municipios y distritos electorales donde el PAN y el PRD van a la baja. Con un proceso interno cuidado, promoviendo la participación en el marco de la unidad interna, conservando la cohesión política entorno al liderazgo de Peña, el priísmo mexiquense se dispone a recuperar municipios perdidos desde 1996 y ser la primera fuerza política estatal.
El PAN busca colocarse como segunda mejor opción entre el votante mexiquense, por eso, ha abierto una línea de diferenciación opositora y de contraste frontal con Peña Nieto. Atenco y Montiel serán los temas de choque. La seguridad pública el catalizador. El proceso de selección y postulación de candidatos ha sido dirigido desde Los Pinos, operado por Ulises Ramírez y Núñez Armas. Las fracturas panistas son evidentes. Irán divididos a los comicios y con la intención del voto en contra. Por esta razón, el presidente Calderón busca poner todo su capital político en juego. Quemar las naves, soldar las fracturas y avanzar para amortiguar la caída en las preferencias.
El PRD resquebrajado en Chalco, con un proceso interno cuestionado por sus propios militantes, con un precandidato a Diputado Federal arraigado por narcotráfico en Ixtapaluca, con un notorio desgaste en Ecatepec. La cuenca electoral perredista está por desaparecer. La cohesión ideológica perredista está destrozada. Las distintas corrientes, integradas por Higinio Martínez Miranda (Grupo de Acción Política), Héctor Miguel Bautista López (Movimiento Vida Digna), Javier Salinas Narváez (Nueva Izquierda) y Emilio Ulloa Pérez (Movimiento de Lucha), se disputan lo que queda del amplio respaldo electoral que obtuvieron en la elección presidencial.
Coda
Las próximas elecciones intermedias servirán para que el escrutinio social ratifique su confianza en los gobernantes y partidos que han sabido cumplir sus compromisos, pero también para manifestar su rechazo a quienes no han sabido responder a sus promesas. Los niveles de rechazo partidista del PRD son altos. El PAN esta en plena caída electoral, amortiguada por el activismo político del gobierno de Calderón. Ambos partidos no han entregado buenas cuentas. De ahí que el PRI destaque por su consistencia ideológica, su cohesión política, su oficio para construir acuerdos y gobiernos que cumplen. Las líneas operativas están ya sobre la mesa. El votante tiene la última palabra.

A partir de la alternancia política, la derecha entiende que la legitimidad del voto no basta para ser hegemonía, que el ejercicio político requiere de una historiografía que apuntale su proyecto nacional. Los embates al entramado ideológico priísta, es decir, al liberalismo y a la Revolución Mexicana, tienen como fin abrir un espacio simbólico a sus propios mitos de origen y destino, a su corriente histórica conservadora. Se configura así un collage inverosímil, donde coexisten las solicitudes de beatificación de José María Carlos Abascal con el pragmatismo ético de Carlos Castillo Peraza.
La derecha mexicana no tiene asideros ideológicos modernos, aceptables, heroicos. Tampoco puede construirlos, menos disputarle al PRI su simbolismo revolucionario. No le queda otro camino que buscar el desprestigio del origen popular priísta y abrirse al futuro desde los límites desencantados del presente.
La legitimidad revolucionaria priísta no está peleada con la legitimidad electoral como asegura José Antonio Crespo; los estudios de micro historia regional, han demostrado que el zapatismo instaló autoridades electas por democracia directa en Morelos, que el constitucionalismo inspirado en Madero llamó a elecciones para renovar los poderes públicos locales en plena guerra civil contra Huerta. La Revolución Mexicana ha tenido un profundo carácter social, se alimenta de los movimientos populares e ilustrados del corazón de la patria, hasta modificar el Estado como señala Alan Knight. La revolución es el motor del futuro. La modernización de México fue posible gracias a la transformación de las relaciones económicas y sociales del Porfiriato, a la confección de un nuevo consenso político. El PRI es una palanca del porvenir. Cuando dejó de serlo, cuando apagó el motor del crecimiento incluyente, perdió la confianza social. Recuperar esa confianza implica volver a ser el partido del futuro, de las grandes transformaciones, de renovación del pacto político que da sustento al Estado mexicano. Ser priísta significa estar abierto a las posibilidades del futuro, a ser un agente de cambio.
Actualizar está alianza partidista con las nuevas fuerzas sociales que emergieron a raíz de la globalización, poner en juego un nuevo proyecto de Estado, de recreación de lo público, acordar una agenda de desarrollo incluyente y sustentable para revitalizar la nación, son las acciones que habrán de poner al PRI a tiempo para ganar con votos el futuro inmediato.




