
La distorsión de la realidad en la noticia es la noticia verídica sobre la realidad.
Karl Kraus
Al margen del manejo mediático de la contingencia sanitaria por la cual atraviesa el país; es importante reflexionar sobre los factores estructurales de la sociedad mexicana, el déficit de eficacia institucional, la baja cobertura del sistema nacional de salud, la marginalidad, las profundas desigualdades; todos estos factores deben de ser analizados para comprender que no es la biología sino las condiciones sociales las que determinan la vulnerabilidad de la población ante un evento de la naturaleza. Si no vemos la pobreza, no vemos la verdadera causa de muerte de los hasta ahora 8 casos confirmados plenamente por las agencias internacionales responsables de evaluar la situación mexicana.
La OMS establece un riguroso protocolo para la administración y logística de enfermedades globales, donde señala que los costos sociales, humanos y económicos son diferentes en cada país. Estados Unidos tiene el mayor número de casos confirmados, pero sus condiciones sanitarias y estructurales son otras, es decir, el factor determinante de la gravedad de una enfermedad viral es la pobreza y la baja escolaridad. Las desigualdades sociales y la marginación en México, se convierten en el vector de transmisión, en el motor social del virus, que pone en situación de riesgo sanitario a 9 de cada 10 mexicanos. El acceso inequitativo a una educación de calidad mantiene en el rezago cultural a millones de personas, limitando el ejercicio de sus derechos sociales y políticos, pero también, atándolos a vivir en condiciones insalubres. Ningún sistema de salud puede asimilar tanta carga, mucho menos, cuando ha sufrido la contracción del gasto público en los dos últimos gobiernos, deteriorado así significativamente la calidad de los servicios médicos que oftece a la gente.
Ya con el análisis de las condiciones objetivas, podemos entrar a hacer un análisis de las condiciones subjetivas, de los signos aplicados para insertar miedo en la población y endurecer los dispositivos de control social gubernamentales. La visibilidad de estos dispositivos de control podemos hallarlo en el cubre bocas. Las autoridades sanitarias federales han reiterado el uso de esta medida profilactica, que no tiene utilidad para contener la enfermedad viral, pero si tiene un manejo eficaz para el control social y la atomización y reclusión de la población que estamos atestiguando.

En entrevista publicada ayer en el diario español El País, Miguel Angel Lezana, responsable del Centro Nacional de Vigilancia Epidemiológica y Control de Enfermedades de México, admite que no hay un manejo responsable, desde el punto de vista médico, de la información presentada al público, que la danza de cifras fatales de la SSA se debe a que “tenemos un problema de comunicación”. Del mismo modo, reconoce que "la porosidad que tienen [los cubre bocas] permiten fácilmente el paso de las partículas, y porque además es muy poco viable que el virus pueda transmitirse por el aire sin estar en contacto con ninguna superficie" ¿Entonces para qué utilizarlas? Lezana señala que fue la población quien solicito su uso, para sentirse más segura. Sin embargo, hay implementada toda una logística militar, policiaca y gubernamental para distribuir y hacer obligatorio su uso. ¿Con que fin?
Lacan señala que el inconciente esta estructurado como un lenguaje. La manipulación mediática y política de la enfermedad se dirige a desestructurar las formas racionales de la conciencia a través del miedo y la angustia, manifestáronse procesos disociativos y primarios en la subjetividad de quienes admiten como realidad el mensaje mediático. Su signo es el tapaboca. Una parte de la comunidad política se encuentra atomizada y recluida en sus casas. Otra mantiene funcionando a la sociedad pero con diferenciaciones simbólicas visibles, legibles, entre quienes aceptan el control social y quienes lo cuestionan. La división entre sanos-enfermos, recluidos-no recluidos, vida-muerte se vuelve discurso contra el diferente.

La sociedad se mantiene polarizada, no a través de una diferencia política, sino paranoide, entre quienes en el imaginario colectivo procuran el cuidado y entre quienes con su descuido ponen en riego la vida, entre quienes quieren vivir y quienes representan un riesgo, aunque sea solo imaginario. Se deslizan entonces todos los miedos desatados y las pulsiones primarias sobre objetos pulsionales, sacrificiales, de distinciones entre lo puro-impuro, lo aceptable-inaceptable, sano-enfermo. Son tiempos de la peste, de lo impensable, de la fractura social. Pero también son tiempos para cuestionar esta polarización y llamar a la prudencia, el restablecimiento de la cordura, la legalidad y la responsabilidad pública.


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