sábado, 21 de noviembre de 2009

Agenda Bicentenario. Apuntes políticos


México es una economía que ha dejado de crecer. Los diversos indicadores anuncian el desastre: 3 millones de desempleados, una economía informal de 13 millones de personas, baja recaudación y evasión fiscal que alcanza hasta 3% del PIB, un tipo de economía formal sin libertad de empresa, cerrada, opaca y con un número limitado de jugadores que disfrutan de un régimen fiscal especial que les devuelve cerca de 8% del PIB, una profunda desigualdad social que mantiene en la pobreza a 7 de cada 10 mexicanos, concentración del ingreso, migración, violencia, depredación de recursos naturales, un sistema educativo colapsado y precarios niveles de desarrollo humano.

La ausencia de una agenda de Estado, el funcionamiento inercial del aparato administrativo, el bajo nivel de confianza ciudadana en las instituciones, la erosión silenciosa de los procedimientos políticos para crear consensos amplios y duraderos, el corto plazo y las actitudes conservadoras y patrimonialistas de un sistema que solo existe en las mentalidades de la alta burocracia del gobierno federal pero que hace mucho tiempo ha sido dislocado por la globalización.
El presidente de la República maneja un chasis donde muchos resortes y palancas ya no responden: por eso declara algo y pasa lo contrario. El país va a la deriva, encapsulado en su propia sombra, aislándose dramáticamente del debate y cambio de paradigma mundial. El liderazgo nacional de Calderón es más rustico y cada vez menos cosmopolita, sofisticado y democrático; la clase política panista tiene un pedigrí etnocéntrico hecho más de los arquetipos del Periquillo Sarmiento, Lucas Lucatero y Gamaliel Bernal que de una nueva casta de dirigentes propia de la sociedad abierta. Falta liderazgo, sobran ambiciones.

Necesitamos un liderazgo comprometido con reformas claras y con visión de Estado. ¿Qué hacer? Cuatro acuerdos básicos pueden ayudarnos a superar el desastre actual. Una agenda puntual de cuatro reformas urgentes, inaplazables, graduales y del largo plazo: reforma educativa, reforma fiscal, reforma laboral y reforma política.

Sin educación de calidad, vinculada a la nueva economía del conocimiento, no hay futuro; debemos entonces pensar un modelo educativo federal que forme el capital humano de las vocaciones económicas regionales que queremos desarrollar, permita la innovación, la sustentabilidad ambiental y la competitividad global. Con niños que no saben matemáticas y gramática es imposible tener sujetos responsables de su propia biografía: solo podemos aspirar a contar con clientelas, no con consumidores; a tener mano de obra barata, no innovadores; a tener pobres, no emprendedores; a tener servidumbre, no ciudadanía.

Para que florezca esta nueva economía de emprendedores se requiere ampliar y abrir el mercado a nuevos jugadores, formalizar las Mpymes, diseñar un sistema hacendario federalista y eficiente que devuelva competencias tributarias a los estados y municipios, eliminar los regimenes especiales y generalizar el impuesto al consumo, desaparecer cargas fiscales improductivas y modernizar empresas públicas. Sin dinero público suficiente es imposible financiar el cambio social. Unas finanzas públicas sin control efectivo sobre el ejercicio del gasto y sin capacidad de recaudación solo sirven para ofrecer malos servicios públicos, programas sociales asistenciales, corrupción, rescate de empresas públicas y privadas improductivas, es decir, para conservar la pobreza y la desigualdad.

La economía del conocimiento requiere de un nuevo pacto laboral entre empresarios y trabajadores y la compatibilidad de los derechos laborales con la productividad, es decir, pasar del corporativismo al libre mercado, del clientelismo a la democracia. Sin una ampliación efectiva de las libertades y derechos es imposible romper la cáscara patrimonialista, autoritaria y conservadora del sistema político que permite tener acotado el mercado con tramitologías, autocracias, monopolios y licitaciones poco transparentes. Conocer es emprender, innovar, crear, asumir la modernidad plenamente, abatir la pobreza, desaparecer la desigualdad histórica que la mentalidad conservadora asume como natural e inamovible.

La sociedad del conocimiento es incompatible con la opacidad tradicional, la libertad con el autoritarismo, la reflexividad ciudadana con políticas irresponsables. El conocimiento, que en su forma política es el entendimiento y el acuerdo, pide cuentas, participa y juzga públicamente, reconoce logros y decide lo que es posible para una vida buena. Adecuar las viejas instituciones políticas a las condiciones liberales de la sociedad educada y emprendedora, requiere de liderazgos que estén comprometidos con una agenda de modernización política: fortalecer al Congreso, rediseñar la presidencia de la República, repensar nuestro federalismo para transparentar lo local y tener gobiernos más cercanos, eficientes y representativos. No es imposible. Hay muchas experiencias de cambio social exitoso: España e Irlanda, en una sola generación pasaron de la pobreza, los mercados controlados y el autoritarismo; al desarrollo, la libre empresa y la democracia. Podemos ser optimistas a 200 años de la invención de México.

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