viernes, 4 de diciembre de 2009

Obama y el fin de las ilusiones




La administración Obama ha llegado a un callejón sin salida. Atascada en la reforma del sistema de salud, con un deficiente manejo de la crisis política en Honduras, con una guerra afgana que no es viable ganar en ningún escenario pero que está agotando la política exterior norteamericana en Medio Oriente y, lo más grave, deteriorando el liderazgo mundial de Obama.

El mandato del voto de los norteamericanos era terminar con la guerra en Afganistán e Irak, las decisiones de Obama muestran que la paz tendrá que esperar, la intención de establecer un gobierno para declarar el fin de la guerra tropieza con la realidad, el poder creciente de los talibanes y la corrupción de Hamid Karzai, puesto por Bush y ratificado por el propio Obama. La continuidad de Karzai expresa la línea de continuidad de la política militar en Medio Oriente. La obamanía deja los fulgores mediáticos de la campaña y entra sin éxito a la vieja gobernanza del orden mundial conservador.

La agenda liberal de Obama se desdibuja dramáticamente. Los asuntos domésticos, marcados por la crisis económica y el desempleo, reducen el margen financiero para operar políticas ambiciosas y encarecen los votos en el Congreso a cualquier iniciativa de cambio.

Al cierre del día, Obama cada vez se parece más Nixon que a Kennedy, al grado, de que sus opositores desentierran las afirmaciones del senador republicano John McCain sobre la falta de experiencia política del entonces candidato demócrata. Sin embargo, la necesidad de darle una vuelta de tuerca al orden mundial es impostergable. El calentamiento global y la política energética, un nuevo entendimiento para la sustentabilidad del agua y la seguridad alimentaria de la población mundial, el terrorismo, la pobreza, los derechos humanos y las pandemias así como un nuevo acuerdo económico para sanear el sistema financiero y reactivar los mercados, son temas de primera importancia para la viabilidad de la civilización moderna.

Mientras tanto, al sur del Río Bravo, la agenda mexicana zozobra en el vacío de liderazgo mundial. Sin la incidencia política norteamericana para operar la nueva agenda internacional, el gobierno mexicano carece de brújula, Felipe Calderón hace llamados fundacionales cada fin de semana, simples gestos mediáticos sin soporte en acuerdos legislativos y políticos, oratoria vacía para evitar una mayor caída del PAN en las preferencias. Reforma política y no reforma del Estado; reforma energética cuando ni siquiera se han implementado los cambios en Pemex; reforma fiscal cuando ya fue votado un recesivo paquete de impuestos; reforma laboral cuando se tiene una crisis de empleo e informalidad económica. El anuncio de Calderón no es un llamado para construir soluciones para el futuro, sino para conservar el presente.


Es hora de pensar en grande y con prudencia. Los ajustes en las líneas de operación mundial del gobierno de Obama son deseables y necesarios, los mexicanos seremos los primeros en sentir sus efectos, ya sea para bien o para mal. Este ha sido el sino de nuestra compleja vecindad.